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En el año 396 a.C. los romanos se veían en la cumbre de su poder. Por fin, tras cientos de años de guerras, batallas, matanzas, incursiones y saqueos, habían tomado a su, hasta entonces, máxima enemiga: la ciudad etrusca de Veyes (Veii, las actuales ruinas de Veio). Esto abrían un futuro esperanzador a la expansión imperialista romana, aunque no exento de peligros debidos a variados enemigos: por el norte, etruscos, umbros, picenos, galos y lígures se interpondrán en su camino hacia los Alpes, y en su avance hacia las zonas sureñas de la "bota" itálica, sabinos, latinos, hérnicos, auruncos, ecuos, volscos, samnitas, campanos, lucanos, apulios, brutios y griegos deberán ser vencidos militarmente (algunos de nuevo y, en ocasiones, varias veces) ante su natural negativa a someterse a la metrópolis del Lacio.